sábado, 14 de julio de 2012

El desafío de involucrar a la Universidad en la matriz productiva


El pasado mes de mayo se dio a conocer un nuevo ranking mundial de universidades que llama la atención sobre el rol de la educación superior en la economía argentina. 
Los primeros lugares resultaron previsibles: el primer puesto fue para Estados Unidos, seguido en orden decreciente por Suecia, Canadá, Finlandia, Dinamarca, Suiza, Noruega, Australia, Holanda, y, en décimo lugar, el Reino Unido. Argentina, esta vez, calificó por encima de China, Brasil o Méjico, países en constante crecimiento que son líderes regionales y mundiales. Estos resultados, si bien son alentadores, obligan a una reflexión sobre la política que se debe implementar para involucrar a la universidad en el crecimiento del país. 

El ranking fue elaborado por Universitas 21, una red internacional de colaboración fundada en 1997 y conformada por 23 casas de altos estudios de 15 países (desde el Reino Unido hasta la India pasando por China y Japón), caracterizadas por dedicarse intensamente a la investigación científica. Se calificaron los sistemas universitarios de 48 países en base a una serie de parámetros como los recursos invertidos en educación superior, la participación de las mujeres en el alumnado y los docentes, la disponibilidad de datos y el monitoreo sobre el propio sistema, diversas encuestas de opinión disponibles, la participación de estudiantes extranjeros y la cantidad de trabajos cooperativos internacionales entre las diferentes casas de estudio, el alcance de los estudios superiores en la población económicamente activa y el nivel de la producción científica emanada de las universidades de cada país.
Los resultados parecen reflejar mejor que otros intentos similares la impresión que se tiene al conocer sistemas universitarios de otras partes del mundo: nuestro país, globalmente hablando, está mejor posicionado que la mayoría de los países de América Latina, aun cuando existen casas de estudios puntualmente superiores a las nuestras en Brasil o Chile.
Nuestro país calificó muy mal en recursos, pero lo hizo bastante mejor en todo aquello relacionado con la participación de la mujer, la vida académica, y en cuanto a las relaciones de sus universidades con el resto del mundo académico global. Nuestro punto más débil fue la generación de investigación científica.
Como todo ranking, éste también incitará acaloradas discusiones. Pero lo cierto es que, siendo la educación superior un insumo crítico para la competitividad de la economía, la calificación de la fuerza laboral, y el desarrollo de un país, estas evaluaciones son una referencia más a la hora de tomar decisiones. Y nuestro país debe asumir la responsabilidad sobre esta toma de decisiones en el campo de su sistema universitario. Argentina debe decidirse a expandir el alcance de la universidad entre los grupos más postergados, a involucrar eficientemente a las casas de estudios en el aparato productivo, a internacionalizar su cuerpo docente, y a poner su investigación científica al nivel de los mejores países del mundo. El desafío es grande, pero resulta estratégico para nuestro crecimiento. Éste, como otros rankings similares, vienen recordándonos la necesidad de una constante política universitaria desde hace no menos de 20 años.


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