Según la oficina de población de las Naciones Unidas, en el
mundo ya somos 7.000 millones de personas (Ver 7 billion). El hito posee implicancias para el desarrollo,
y la salud es la principal responsable del mismo. Porque pudimos llegar a ser
tantos, muriendo menos. En los últimos 60 años los seres humanos pasamos de 48
a 68 años de vida promedio, en gran medida por la reducción fenomenal de la
mortalidad infantil que pasó de 152 defunciones en menores de 1 año cada 1.000
nacidos vivos por año, al valor actual (promedio mundial) de 43.
Consiguientemente aumentó la cantidad de hijos supervivientes por mujer, hecho
que disparó la población. Sin embargo los promedios esconden fuertes
desigualdades y tendencias particulares.
Desequilibrio
A partir de este 31 de octubre del año 2011, el 90% de los
nuevos nacimientos tendrá lugar en países en desarrollo, especialmente en
África. Y esto a pesar de la inaceptablemente elevada mortalidad infantil de
ese continente, actualmente de 76 defunciones en menores de 1 año/1.000 nacidos
vivos (6 veces superior a la Argentina y 20 veces mayor a la de Europa). La
razón de la tendencia es doble; por un lado, las mujeres en África tienen muchos
niños, y por el otro, las europeas tienen demasiado poca descendencia (1,6
hijos por mujer en edad fértil). Esto sucede, precisamente en medio de una
crisis alimentaria de consecuencias potencialmente devastadoras en ese
continente.
Mientras la población de África crece, la población
de Europa y China se reduce. El caso chino es digno de mención. Allí nacen 120
varones por cada 100 mujeres, lo que hace que la población femenina se reduzca
paulatinamente, deteriorando más aun la ya de por sí magra tasa de fertilidad.
Las consecuencias de la caída de fecundidad en Europa y China causa el
envejecimiento progresivo de sus respectivas poblaciones, afectando su
población trabajadora, el financiamiento de su seguridad social, las
necesidades de salud, y en definitiva amenazando el crecimiento económico. En 2
décadas el continente africano, con una edad promedio de 20 años, deberá
aportar los jóvenes trabajadores de Europa y China, con poblaciones de 40 a 50
años de edad. Esto sirve para poner en perspectiva la prioridad estratégica que
tiene el desarrollo social del continente africano para toda la humanidad.La Argentina
En esta proeza demográfica nuestro país presenta algunas
características interesantes. La primera es un crecimiento poblacional relativamente
escaso, tan sólo del 10% en la década. Además, la mitad de los nuevos
habitantes está en la Provincia de Buenos Aires, principalmente en el conurbano
bonaerense, especialmente en los hogares más carenciados. Con esta tendencia,
en 20 años la fuerza laboral de nuestro país, de no cambiar la tendencia,
estará compuesta por gente mayoritariamente proveniente de los hogares más pobres,
hecho que por sí solo patentiza la necesidad de trabajar con urgencia en el
desarrollo social integral de nuestros niños, 40% de los cuales son actualmente
y oficialmente pobres.
La segunda peculiaridad de nuestro país en este nuevo ciclo
demográfico mundial es su papel en la provisión de alimentos. La Argentina debe
aumentar su producción alimentaria para mitigar la casi inevitable inflación de
precios de los mismos, causa directa de muertes por hambruna en los países más
pobres. Además debe desarrollar políticas activas para evitar la pérdida de
alimentos en el acopio y transporte, actualmente estimada en 25% del total
producido. Por último, debemos propiciar cambios del patrón de consumo que
permitan un uso más eficiente de los alimentos en el hogar, a efectos de evitar
su desperdicio, responsable de otra importante pérdida de calorías aptas para
consumo.
En síntesis, unos pocos humanos agrupados en este
bendito país tendremos una gran misión para el siglo que comienza; contribuir
activamente a la alimentación de la humanidad, y desmentir así a Malthus, quien
predijera que la Tierra no podría alimentar a tantos habitantes. La historia
reciente demuestra que los verdaderos responsables de las hambrunas son la incapacidad
y la mezquindad, y no el planeta azul, cuya generosidad parece más bien casi
ilimitada.
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