Nuestra tesis es que existen aspectos sociales no directamente relacionados con políticas de salud, los cuales son esenciales para los resultados de estas mismas políticas. En otras palabras, ciertas políticas sociales deberían ser encaradas, entre otras perspectivas, con un criterio sanitario, y ellas son imprescindibles para desarrollar la salud de la población.
Según la aplastante mayoría de los estudios realizados durante el siglo XX, la persona pobre es más enferma que la no pobre. Esto ocurre tanto en las naciones ricas como entre las subdesarrolladas. Las relaciones de causalidad entre pobreza y enfermedad son, evidentemente, extremadamente complejas; ahora bien, existe un enorme cúmulo de evidencias que sugiere una influencia negativa de la enfermedad en el crecimiento económico; y, por contrapartida, los estudios demuestran un efecto beneficioso de las inversiones en el campo de la salud, sobre las economías doméstica y nacional. La comisión de economía de la salud de la Organización Mundial de la Salud ha llegado a afirmar recientemente que invertir en salud es precisamente uno de los pasos más importantes que una nación debe dar para encarrilarse dentro de la vía del crecimiento económico. En primer lugar la enfermedad implica costos enormes de tratamiento para la familia, y pérdidas en términos de días laborales. Las secuelas y las enfe
rmedades crónicas son también una fuente de gastos y una importante desventaja en cuanto a las posibilidades de ganar dinero. Por otro lado, una pobre expectativa de vida retrae la inversión en educación, lo cual deteriora la formación del individuo, uno de los parámetros más importantes en la configuración de las ganancias anuales de la persona. A su vez las enfermedades endémicas deterioran el comercio exterior y las transacciones internas de las naciones, además de afectar la productividad; un ejemplo de esto es el efecto de la malaria en las regiones tropicales de Asia y África. Pero más dramático aún es el efecto de la enfermedad presente sobre la enfermedad futura. Una persona enferma, aumenta la probabilidad de enfermarse luego, sobre todo en el caso de ciertas patologías crónicas, de las cuales el SIDA, la diabetes, la depresión o la Malaria, son sólo algunos ejemplos.
Por otro lado, el conocimiento es probablemente el factor que más profundamente afecta el desarrollo de un país. Y conexamente, se ha observado que las personas mejor educadas son más sanas: viven más y padecen menor número de enfermedades, lo que ha permitido hipotetizar que invertir en áreas de desarrollo no estrictamente médicas (como ser el caso de la escolaridad) tendría un fuerte impacto en la salud de la población. A modo de ejemplo la alfabetización materna es un caso paradigmático en paíces del tercer mundo. Si se siguen los datos provistos por la Organización Mundial de la Salud es posible encontrar una estrecha correlación entre el grado de alfabetización de las madres y la tasa de mortalidad materna a lo largo de las diferentes regiones del planeta (Figura 1). Aún considerando variaciones debidas al grado de cobertura otorgado por el sistema sanitario es innegable que a mayor alfabetización, menor mortalidad materna; resultados similares se han obtenido al investigar las relaciones entre cáncer de mama y alfabetización de las mujeres, y entre otros parámetros de salud y el nivel de instrucción de la población. En los países pobres invertir en educación es una prioridad sanitaria y un mínimo de escolaridad es una medida costo-efectiva para mejorar la salud de todos.
Las evidencias
Los estudios epidemiológicos demuestran que las personas de las clases sociales más aventajadas viven más, y con menor número y gravedad de enfermedades. Lamentablemente estas diferencias de mortalidad según clase social están aumentando y no disminuyendo. Las causas de esta influencia del estatus en la salud son múltiples, pero se ha visto que tanto salario como jerarquía laboral, como años de escolarización, se encuentran entre los factores más importantes.
Pobreza y Salud
Es un hecho que la salud va peor en los países más pobres, donde ingreso per capita y poder adquisitivo de la población son menores. Existe una relación positiva entre las variables de “expectativa de vida al nacer” y el poder adquisitivo per capita paridad a dólares. La expectativa de vida al nacer constituye un excelente indicador del estado de salud de la población, entre otras cosas por el hecho de ser afectada sensiblemente por la mortalidad infantil en general, la que es mayor en los países subdesarrollados. En todos los análisis poblacionales realizados, se ha podido comprobar que la expectativa de vida se relaciona directamente con el poder adquisitivo. Incluso dentro de una misma sociedad se ha visto que las personas que ganan menos, tienen una expectativa de vida menor (Figura 2).
Por otro lado, la carga impuesta por la enfermedad a una sociedad, determinada como los días de vida perdidos por muertes precoces así como aquellos vividos con una incapacidad (DALY’s) también es mayor en los países más pobres, con una enorme parte del impacto producida por enfermedades contagiosas, las cuales se asocian más al estado de ciertas condiciones sanitarias mínimas. Además, la probabilidad de morir es mayor en las naciones más pobres, prácticamente a todas las edades.
El problema se plantea en torno de la cuestión de si la pobreza enferma, o la enfermedad empobrece. En este sentido es probable que parte de la relación entre pobreza y enfermedad se deba a un mecanismo de vuelta, donde es precisamente la sociedad más afectada por problemas de salud aquella que valla a tener menor capacidad de aumentar su productividad y generar riquezas. Esta es la opinión de Bloom y Canning, de Harvard y Belfast respectivamente. Los autores describen cuatro modos a través de los cuales, la enfermedad como problema social puede afectar la productividad de una nación. Primero, las poblaciones con mejores niveles de salud tenderían a poseer mejores condiciones de productividad; una observación simple de este fenómeno sería el hecho que a mejor estado de salud, menor número de días laborables perdidos por enfermedad. Segundo, las poblaciones más sanas tienden a invertir más en educación, lo que por otro lado incrementa las capacidades productivas. Vale aclarar que son numerosos los trabajos donde se ha observado que la promoción de la educación genera, indirectamente, mejorías de la situación sanitaria. Tercero, la longevidad aumenta el ahorro provisional, y éste promueve la inversión; es claro que la longevidad es un privilegio casi exclusivo de naciones ricas. Por último, la caída en las tasas de mortalidad infantil y perinatal se asocian a un aumento de la fuerza laboral en pocos años, y de hecho es una de las principales observaciones que se puede verificar en los países que han comenzado una escalada de su desarrollo. Por otro lado, el aumento en la expectativa de vida al nacer ha mostrado ser un factor predictivo muy fuerte del desarrollo económico subsiguiente; un país con 5 años más de expectativa de vida al nacer crecerá 0,3% a 0,5% por año más rápido que su contracara con peor salud.
Evidentemente es difícil establecer causalidad en un estudio epidemiológico. En teoría, la exposición a ciertos factores sociales como raza, género, y clase social o estado socio-económico, modificaría ciertos aspectos de la salud de una población determinada. No es posible negar, a la luz de la evidencia existente, la necesaria relación entre estos factores sociales y la salud individual y grupal; la epidemiología, sin embargo, ha funcionado mejor al momento de documentar estas asociaciones que a la hora de pasar desde ellas hacia el establecimiento de mecanismos causales entre “condiciones sociales” y “problemas de salud”. Volviendo al tema inicial, es sumamente difícil establecer relaciones de causalidad unidireccionales entre salud y riqueza a partir de observaciones tangenciales, ya que en este tipo de fenómenos la secuencia temporal es uno de los datos fundamentales para detectar “causalidad”. El ejemplo de los países de la ex Unión Soviética parece ir a favor de una primacía de los factores sociales respecto de las condiciones estrictamente sanitarias, ya que parecerían haberse empobrecido primero, y deteriorado su estado sanitario después; esto en cierta oposición a lo propuesto por Bloom y Canning. No obstante otros ejemplos abrogarían en favor de la teoría diametralmente opuesta. La verdad es que llegado un punto, ambas fuerzas funcionan en paralelo y el resultado final más importante es una vida más corta y vivida con mayor enfermedad, en una población con cada vez menos probabilidades de salir del espiral “pobreza-enfermedad”.
Educación y Salud
Existe una relación inversa entre el nivel educativo máximo alcanzado durante la etapa de formación de la persona, y la ocurrencia de ciertas enfermedades, así como la mortalidad, durante toda la vida adulta. Kitagawa and Hauser, en un estudio señero, encontraron que el nivel educativo alcanzado en 1960, medido como años completados de escuela, y el ingreso, correlacionaban inversamente con la mortalidad de la población blanca de los Estados Unidos de América, especialmente antes de los 65 años de edad; en este estudio, la educación resultó ser el determinante más importante de los dos. Desde entonces se ha publicado extensamente sobre la materia. Y el hallazgo ha sido constante: a mayor nivel educativo alcanzado, menor mortalidad. Pappas y colaboradores, unos años más tarde, mostraron que entre las personas de 25 a 64 años de edad, aquellos con estudio secundario completo tenían una mortalidad de 2 a tres veces superior que aquellos con título terciario. Los autores utilizaron registros de 13.491 individuos del “National Mortality Followback Survey” y de 30.725 personas del “National Health Interview Survey”. Replicaron el estudio de Kitagawa y Hauser, y calcularon las mortalidades directa e indirecta estandarizadas, para personas de entre 25 y 64 años de edad, de acuerdo a edad, raza, sexo, nivel de ingresos, nivel educativo, y estado familiar. La diferencia generada por la posesión de un título terciario es independiente de los otros factores, y más grande que la que genera el hábito de fumar, el colesterol, o la hipertensión arterial. Nuevamente, esta diferencia de mortalidad entre los mejor y los peor educados se ha incrementado desde 1960 hasta 1986.
En otro estudio, Guralnik y colaboradores, reportan que a la edad de 65 años, las personas con 12 o más años de educación formal tienen una expectative de vida al nacer 3.9 años en el caso de los varones, y 2.4 años en el de las mujeres, mayor que aquellos con menos de 12 años de estudio. Nuevamente, este diferencial es mayor que el atribuible a diferencias raciales. Los autores analizaron los datos de 2.219 negros y 1.838 blancos de Carolina del Norte. Preston y Elo han confirmado los hallazgos anteriores luego de corregir ciertas cuestiones metodológicas de los estudios anteriores. Utilizaron los datos del "Nationa Longitudinal Morta lity Survey (NLMS)” con 637.324 registros. Los datos mostraron que los diferenciales de mortalidad provocados por el nivel educativo han aumentado en el caso de los varones, y se han reducido para las mujeres. En general, el estudio confirma los hallazgos anteriores.
Un trabajo algo más reciente encontró nuevamente que el máximo nivel educativo alcanzado influencia substancialmente la mortalidad en la vida adulta. La mortalidad es menor en aquellos con título terciario que en quienes completaron la escuela secundaria, y es menor en estos que en personas con secundario incompleto. La influencia predomina en personas en edad laboral (<65 class="Apple-style-span" style="font-weight: bold;">La salud como sistema complejo
Invertir en salud parece ser fundamental para acelerar el desarrollo de las naciones; ahora bien, esta meta es imposible al margen de un conjunto de otras medidas sociales que fomentan un basamento para el desarrollo del sistema sanitario. De entre estas medidas la educación se ubica en el primer lugar. De lo expuesto surge que la salud de una población refleja mucho más que la simple agregación de perfiles de riesgo y estado de sanitario de sus miembros. Es una característica colectiva que descubre la historia social y sus circunstancias culturales, materiales, y ecológicas. Con esto en mente es que deben abordarse las políticas tendientes a mejorar la vida de los pueblos.
Bibliografía
1-Amar A Hamoudi, Jeffrey D Sachs. Economica consequences of health status: a review of the evidence. CID Working Paper n° 30, December 1999. Center for International Development at Harvard University
2-Richard Stone. Stress: the invisible hand in Eastern Europe’s death rates. Science 2000; 288 (June 9): 1732-3
3-World Development Report 1998/99: Knowledge for Development. New York 1999. Oxford University Press
4-Goldman D, Lakdawalla D. Understanding health disparities across education groups. National Bureau of Econimic Research Working Paper No. w8328, June 2001. http://www. nber.org/papers/w8328
5-Pincus T, Esther R, DeWalt DA, Callahan LF. Social conditions and self-management are more powerful determinants of health than access to care. Annals of Internal Medicine 1998; Vol. 129: 406-411
6-World Bank. World Development Report 1993: Investing in health. New York 1993. Oxford University Press
7-Kaplan GA, Keil JE. Special report: socioeconomic factors and cardiovascular disease: a review of the literature. Circulation 1993; Vol. 88: 1973-1998
8-Pincus T, Callahan LF, Burkhauser RV. Most chronic diseases are reported more frecquently by individuals with fewer than 12 years of formal education in the age 18-64 United States population. Journal of Chronic Diseas 1987; Vol. 40: 865-74
9-Rivara FP, Grossman DC, Cummings P. Injury prevention. New England Journal of Medicine (NEJM) 1997; Vol. 337, num. 8: 543-548
10-Rivara FP, Grossman DC, Cummings P. Injury prevention. Second part. New England Journal of Medicine (NEJM) 1997; Vol. 337, num. 9: 613-618
11-Connolly GM, Casswell S, Zhang JF, Silva PA. Alcohol in the mass media and drinking by adolescents: a longitudinal study. Addiction 1994; Vol. 89, num.10: 1255-1263
12-Robinson TN, Helen L Chen, Killen JD. Television and music video exposure and risk of adolescent alcohol use. Pediatrics 1998; Vol. 102, num. 5: 54
13-"Youth risk behavior surveillance-United States, 1993". Morbidity and Mortality Weekly Report (MMWR) 1995; Vol. 44, Suppl1: 1-17
14-McGinnis JM, Foege WH. Actual causes of death in the United States. Journal of the American Medical Association (JAMA), 1993; 270(18): 2207
15-Angell M (1993). Privilege and Health -- What Is the Connection? New England Journal of Medicine, volume 329, p.:126-127
16-Avendaño M, Kunst AE, Huisman M, et al (2004). Educational Level and Stroke Mortality. A Comparison of 10 European populations during the 1990s. Stroke, volume 35, p.:432-437
17-Baird M, Shetty S (2004). Getting There -How to accelerate progress toward the Millennium Development Goals-. In: Jeremy Clift (Ed.). International Monetary Fund. Healthand & Development. Washington, DC
18-Baldacci E, Clements B, Gupta S, and Cui Q (2004). Social Spending, Human Capital, and Growth in Developing Countries: Implications for Achieving the MDGs. International Monetary Fund Working Paper, WP/04/217
19-Batty GD, Deary IJ (2004). Early life intelligence and adult health. British Medical Journal, volume 329, p.: 585-586
20-Bassuk SS, Berkman LF, and Amick BC (2002). Socioeconomic Status and Mortality among the Elderly: Findings from Four US Communities. American Journal of Epidemiology, volume 155, p.: 520–33
21-Bloom DE, Canning D, Jamison DT (2004). Health, Wealth, and Welfare. In: Jeremy Clift (Ed.). International Monetary Fund. Health and & Development. Washington, DC.
22-Elo IT, Preston SH (1996). Educational differentials in mortality: united states, 1979-85. Social Sciences Medicine, volume 42, p.: 47-57.
23-Fernandez E, Borrell C (1999). Cancer mortality by educational level in the city of Barcelona. British Journal of Cancer, volume 79, p.: 684-689
24-Filmer D, Pritchett L (1997). Child mortality and public spending on health: how much does money matter? World Bank, Working paper No.: 1864
25-Goldman D, Lakdawalla D (2001). Understanding health disparities across education groups. National Bureau of Econimic Research Working Paper No. w8328. http://www. nber.org/papers/w8328
26-Guralnik JM, Land KC, Blazer D, Fillenbaum GG, Branch LG (1993). Educational status and active life expectancy among older blacks and whites. New England Journal of Medicine, volume 329, p.:110-116
27-Hart C.L., Taylor MD, Smith GD, et al (2004). Childhood IQ and cardiovascular disease in adulthood: prospective observational study linking the Scottish Mental Survey 1932 and the Midspan studies. Social Science & Medicine, volume 59, p.: 2131–2138
28-Hurowitz JC (1993). Toward a social policy for health. New England Journal of Medicine, volume 329, p.:130-133
29-Isaacs SL, and Schroeder SA (2004). Class — the ignored determinant of the nation’s health. New England Journal of Medicine, volume 351, p.: 1137-1142
30-Jaffe DH, Eisenbach Z, Neumark YD, Manor O (2005). Effects of husbands’ and wives’ education on each other’s mortality. Social Science & Medicine, In press.
31-Kalediene R, Petrauskiene J (2005). Inequalities in mortality by education and socio-economic transition in Lithuania: equal opportunities? Public Health, volume 119, p.: 808–815
32-Khang YH, Kim HR (2005). Relationship of education, occupation, and income with mortality in a representative longitudinal study of South Korea. European Journal of Epidemiology, volume 20, p.: 217–220
33-Kitagawa EM, Hauser PM (1969). Review of 1960 matching study of deaths and census records. In: U.S. DEPARTMENT OF HEALTH, EDUCATION, AND WELFARE. Public Health Service, Health Services and Mental Health Administration. The 1970 Census and Vital and Health Statistics. A Study Group Report of the Public Health Conference on Records and Statistics. Public Health Service Publication No. 1000-Series 4-No. 10, Washington, D.C.
34-Kuh D, Richards M, Hardy R, Butterworth S, and Wadsworth MEJ (2004). Childhood cognitive ability and deaths up until middle age: a post-war birth cohort study. International Journal of Epidemiology, volume 33, p.:408-413
35-Lee JR, Paultre F, and Mosca L (2005). The association between educational level and risk of cardiovascular disease fatality among women with cardiovascular disease. Women’s Health Issues, volume 15, p.: 80–88
36-Marmot M (1999). Epidemiology of Socioeconomic Status and Health: Are Determinants Within Countries the Same as Between Countries? Annals of the New York Academy of Sciences, volume 896, p.: 16-29
37-Marmot MG, Kogevinas M, Elston MA (1987). Social/economic status and disease. Annual Review of Public Health, volume 8, p.: 111-135
38-Matthews RJ, Smith LK, Hancock RM, Jagger C, and Spiers NA (2005). Socioeconomic factors associated with the onset of disability in older age: a longitudinal study of people aged 75 years and over. Social Science & Medicine, volume 61, p.: 1567–1575
39-Morley SA (2001). Distribution and growth in Latin America in an era of structural reform: the impact of globalisation. OECD DEVELOPMENT CENTRE. Technical papers No. 184. www.oecd.org/dev/Technics (Accessed October, 2005)
40-Morrisson C (2002). Health, Education and Poverty Reduction. OECD, Policy Brief No. 19.
41-Nilsson PM, Johansson SE, Sundquist J. Low educational status is a risk factor for mortality among diabetic people. Diabet Med 1998;15:213-219
42-Pappas G, Queen S, Hadden W, Fisher G (1993). The increasing disparity in mortality
between socioeconomic groups in the United States, 1960 and 1986. New England Journal of Medicine, volume 329, p.: 103-109
43-Parker RM, Ratzan SC, and Lurie N (2003). Health literacy: a policy challenge for advancing high-quality health. Health Affairs, volume 22, Number 4, p.: 147-153
44-Preston SH, Elo IT (1994). Are Educational Differentials In Mortality Increasing in the United States? Population Aging Research Center, University of Pennsylvania, Working Paper Series No. 95-01
45-Steenland K, Henley J, Thun M (2002). All-Cause and Cause-specific Death Rates by Educational Status for Two Million People in Two American Cancer Society Cohorts, 1959–1996. American Journal of Epidemiology, volume 156, p.: 11–21
46-Suárez-Berenguela RM (2000). Health System Inequalities and Inequities in Latin America and the Caribbean: Findings and Policy Implications. Pan American Health Organization-World Health Organization. Working paper. http://www.paho.org/English/HDP/HDD/suarez.pdf (Accessed October, 2005).
47-Tarlov AR (1999). Public Policy Frameworks for Improving Population Health. Annals of the New York Academy of Sciences, volume 896, p.: 281-293
48-Wickleby MA, Jatulis DE, Frank E and Fortmann SP (1992). Socioeconomic status and health: How education, income, and occupation contribute to risk factors for cardiovascular disease. American Journal of Public Health, volume 82, p.: 816-820
49-Wong MD, Shapiro MF, Boscardin WJ, and Ettner SL (2002). Contribution of major diseases to disparities in mortality. New England Journal of Medicine, volume 347, p.: 1585-1592
50-World Bank. World Development Report 1993: Investing in health. New York 1993. Oxford University Press
51-WHO. Commission on Macroeconomics and Health. Macroeconomics and health: investing in health for economic development. December 2001. http://www3.who.int/whosis/cmh/cmh_report/e/htm/001-004/001-004_3.html
52-World Health Organization. Global school health initiative. At: http://www.who.int/school_youth_health/gshi/en/index.html (Accessed October, 2005).
Es realmente muy triste saber que las personas de clases sociales más “aventajadas” (según vocabulario del articulo) viven más, y con menor número y gravedad de enfermedades que personas de menores recursos.
ResponderEliminarAunque sea una verdad irrefutable que quienes tienen dinero tengan mayores accesos a percibir mejores medicamentos, tratamientos y mejor calidad de vida en general, no deja de ser triste que los estados, vía políticas publicas en materia de salud, educación y desarrollo social, no sean capaces de equilibrar esa balanza desequilibrada que genera desigualdades sociales.
Es el estado quien no debe permitirse al interior de una sociedad índices como los de este informe. Es el estado quien debe minimizar al máximo que un determinante social no termine “determinando”la vida y la salud de las personas.
Por eso además de felicitar al autor del informe por exponer de forma tan clara y profesional una verdad tan dolorosa como esta, no puedo dejar de decir que los "determinantes sociales no son más que la inacción estatal en materia de políticas publicas y no una realidad irreversible.
Esteban Beder
http://www.clarin.com/diario/2008/12/03/um/m-01814556.htm
ResponderEliminarNota que complementa el aspecto de la injerencia de la educación en la salud.