Confirmadas las 5,5 defunciones maternas cada 10.000 nacidos vivos para el año 2009, quedará sellada una tendencia para el siglo XXI en la Argentina. A pesar de aumentar no menos del 80% el gasto en salud, tener casi 5 médicos/1.000 habitantes, de crecer económicamente; a pesar de más planes sociales, más planes de salud reproductiva en todo el país, y demás, a pesar de todo, en la Argentina la mortalidad materna crece sostenidamente desde 1998. Podrán objetar que esto se debe a un mejor registro. Pero es dudoso. Nuestra mortalidad materna es un 500% mayor que en Bélgica (1/10.000 nv), un 50% superior a la de Chile (3/10.000 nv), y es creciente. La tragedia coincide con los reportes sobre nuestro retraso educativo. Ambos aspectos se relacionan fuertemente.
Interpretación del fracasoResulta frecuente atribuir la mortalidad materna al embarazo no deseado y al aborto provocado ilegal. En consecuencia, la solución propuesta sería prevenir el embarazo no deseado. Pero este planteo es reduccionista. Las causas de mortalidad materna, una vez desencadenadas, son médicamente complejas. Por otro lado, más medicina no soluciona el problema de fondo. En realidad, la mortalidad materna expone un serio problema social: marginalidad, pobreza y retraso educativo de la mujer.
Primero, algo sucede con nuestro dinero para salud, que no termina de servir. La precariedad, atraso tecnológico y debilidad profesional, que suele coincidir con las regiones de mayor mortalidad, son importantes. No hay recursos suficientes para tratar pacientes con eclampsia, hemorragias o infecciones, en las regiones más pobres del país. Pero esto no coincide con nuestro nivel de gasto. En 2005, según comparaciones del Banco Mundial, la Argentina gastaba 1.678 dólares internacionales/hab./año en salud, contra 1.324 de Chile, con la mitad de mortalidad. Comparando con países de similar PBI per cápita (Hungría, Letonia, Chile, Malasia, Méjico), pagamos entre un 50% y un 70% más para obtener de un 30% a un 100% menos de reducción de mortalidad.
Yendo a la cuestión social, la mortalidad materna y la infantil se relacionan estrechamente con la pobreza y la falta de escolaridad de las futuras mamás. Este problema cobra enorme relevancia cuando, según la Encuesta Permanente de Hogares, un 34,3% de las mujeres tiene escuela primaria o menos, y un 64% de las argentinas, según el Censo 2001, no tiene diploma secundario. Hay zonas peores; el 73% de las mujeres de Formosa y el 76% de las de Misiones estudiaron menos que secundario completo. Alarmante cuadro que se correlaciona con las cifras de mortalidad materna; de siete a diez veces mayores en el NOA y NEA respecto de la Ciudad de Buenos Aires. Un grupo del John Hopkins publicó recientemente que una mujer con primaria completa triplica las probabilidades de utilizar los servicios de salud prenatal disponibles. Sin embargo, un tercio de las argentinas no termina séptimo grado. Además, la pobreza se asocia, en mujeres de edad fértil, a depresión, tabaquismo, obesidad, hipertensión arterial y diabetes, todos factores que favorecen la mortalidad materna.
Recientemente se conoció una investigación patrocinada por la Fundación Bill & Melinda Gates, en la que sobre 175 países (la Argentina incluida), el bajo nivel educativo de las mujeres per se explica un 50% de la mortalidad en niños menores de 5 años. La conclusión puede extrapolarse a la salud de las madres. Más aún, la escolaridad reduce el cáncer de mama y otros tumores de la mujer, además de bajar la muerte por infarto y otras enfermedades serias.
Las relaciones entre educación y salud son contundentes, y los nuevos estudios respecto de las relaciones entre corazón y cerebro parecen indicar que el proceso de escolarización genera cambios que perduran a lo largo de toda la vida y que protegen el funcionamiento del corazón y el sistema inmune, entre otros.
Acciones¿Qué hacer, entonces? Además de pensar en reformar los procesos médicos y administrativos de nuestro sistema de salud, postergando intereses sectoriales y priorizando los del pueblo, deberíamos también redoblar los esfuerzos educativos, al menos en las comunidades más rezagadas. Este esfuerzo educativo es grande, porque implica duplicar la cantidad de mujeres que completan su educación secundaria, y al ritmo que venimos esto podría tardar 40 años. Luego un insumo básico de esta política es la urgencia. Debemos poder meter todo el empeño en un cambio histórico en el tiempo biográfico de una generación. Porque cada año miles de vidas se extinguen innecesariamente, a causa de nuestra ignorancia.
Interpretación del fracasoResulta frecuente atribuir la mortalidad materna al embarazo no deseado y al aborto provocado ilegal. En consecuencia, la solución propuesta sería prevenir el embarazo no deseado. Pero este planteo es reduccionista. Las causas de mortalidad materna, una vez desencadenadas, son médicamente complejas. Por otro lado, más medicina no soluciona el problema de fondo. En realidad, la mortalidad materna expone un serio problema social: marginalidad, pobreza y retraso educativo de la mujer.
Primero, algo sucede con nuestro dinero para salud, que no termina de servir. La precariedad, atraso tecnológico y debilidad profesional, que suele coincidir con las regiones de mayor mortalidad, son importantes. No hay recursos suficientes para tratar pacientes con eclampsia, hemorragias o infecciones, en las regiones más pobres del país. Pero esto no coincide con nuestro nivel de gasto. En 2005, según comparaciones del Banco Mundial, la Argentina gastaba 1.678 dólares internacionales/hab./año en salud, contra 1.324 de Chile, con la mitad de mortalidad. Comparando con países de similar PBI per cápita (Hungría, Letonia, Chile, Malasia, Méjico), pagamos entre un 50% y un 70% más para obtener de un 30% a un 100% menos de reducción de mortalidad.
Yendo a la cuestión social, la mortalidad materna y la infantil se relacionan estrechamente con la pobreza y la falta de escolaridad de las futuras mamás. Este problema cobra enorme relevancia cuando, según la Encuesta Permanente de Hogares, un 34,3% de las mujeres tiene escuela primaria o menos, y un 64% de las argentinas, según el Censo 2001, no tiene diploma secundario. Hay zonas peores; el 73% de las mujeres de Formosa y el 76% de las de Misiones estudiaron menos que secundario completo. Alarmante cuadro que se correlaciona con las cifras de mortalidad materna; de siete a diez veces mayores en el NOA y NEA respecto de la Ciudad de Buenos Aires. Un grupo del John Hopkins publicó recientemente que una mujer con primaria completa triplica las probabilidades de utilizar los servicios de salud prenatal disponibles. Sin embargo, un tercio de las argentinas no termina séptimo grado. Además, la pobreza se asocia, en mujeres de edad fértil, a depresión, tabaquismo, obesidad, hipertensión arterial y diabetes, todos factores que favorecen la mortalidad materna.
Recientemente se conoció una investigación patrocinada por la Fundación Bill & Melinda Gates, en la que sobre 175 países (la Argentina incluida), el bajo nivel educativo de las mujeres per se explica un 50% de la mortalidad en niños menores de 5 años. La conclusión puede extrapolarse a la salud de las madres. Más aún, la escolaridad reduce el cáncer de mama y otros tumores de la mujer, además de bajar la muerte por infarto y otras enfermedades serias.
Las relaciones entre educación y salud son contundentes, y los nuevos estudios respecto de las relaciones entre corazón y cerebro parecen indicar que el proceso de escolarización genera cambios que perduran a lo largo de toda la vida y que protegen el funcionamiento del corazón y el sistema inmune, entre otros.
Acciones¿Qué hacer, entonces? Además de pensar en reformar los procesos médicos y administrativos de nuestro sistema de salud, postergando intereses sectoriales y priorizando los del pueblo, deberíamos también redoblar los esfuerzos educativos, al menos en las comunidades más rezagadas. Este esfuerzo educativo es grande, porque implica duplicar la cantidad de mujeres que completan su educación secundaria, y al ritmo que venimos esto podría tardar 40 años. Luego un insumo básico de esta política es la urgencia. Debemos poder meter todo el empeño en un cambio histórico en el tiempo biográfico de una generación. Porque cada año miles de vidas se extinguen innecesariamente, a causa de nuestra ignorancia.
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